
En un barrio de la precordillera de Santiago (CHILE), llamado "Lo Barnechea", un lugar que se caracterizaba por ofrecer espaciosos terrenos de bosques, cerros y "potreros". Alejados de la intensa actividad de la ciudad, las pandillas de niños solían reunirse después de volver de la escuela y hacer sus tareas. Cuando el atardecer comenzaba a caer junto con la fría brisa de los primeros días de invierno, tenían que aprovechar los débiles rayos de sol que iban quedando.Cuando se reunían alrededor de veinte niños, comenzaban los juegos, porque sabían que dentro de una hora y algo más, cuando la noche cubría todos los rincones, no debían estar fuera de casa, sobretodo ellos, los niños, ya que a esa hora, el silencio daba paso a los lamentos, llantos y gritos, entre árboles y matorrales, de la voz de una anciana mujer que después de su muerte siguió reclamando por sus dos pequeños hijos que una noche se extraviaron por esos lugares, cuando era ella muy joven.
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